Consejos para el desempleado
¿Han escuchado hablar de
Técnicas Americanas de Estudio? Esa academia que pretende hacerte leer cientos de palabras por minuto con una comprensión del cien por ciento. Pues bien, yo tuve un pequeño desencuentro con ella.
Resulta que en algún momento de mi vida estuve sin trabajo. Nunca me había pasado. Tres largas semanas sin ganar un sol. Compraba
El Comercio los domingos y devoraba los avisos económicos. Uno de ellos me llamó la atención. Pedían egresados de Ingeniería de Sistemas, de Administración, de Ciencias de la Comunicación, de Economía, en fin, de cualquier carrera, para cubrir un número de vacantes. Pago en dólares. Caballeros en terno y damas con ropa de vestir. Fui puntual al local de San Miguel, en avenida La Mar 2316. Llené unos papeles y esperé junto a otros chicos y chicas tan desempleados como yo. Un gordito nos dio luego una charla breve. Leyó nuestros papeles y dijo que el trabajo comenzaba al día siguiente, aunque habría una capacitación de una semana.
A alguien se le ocurrió preguntar de qué se trataba el trabajo. A mí francamente no me importaba qué debía hacer. Podía barrer la calle o lavar platos. Yo quería plata. Sin ofrecer mayores detalles, el gordito dijo enfáticamente que no se trataba de ventas y que eso debía quedar claro. Seríamos representantes de la empresa. Sonaba bien. No seré vendedor, me dije inflando el pecho: seré representante.
La capacitación empezó al otro día. Nuestra profesora era una gordita (todos andaban bien alimentados: buena señal) que sonreía siempre y hablaba maravillas de la institución, sobre todo del fundador, un colombiano autor de una suerte de decálogo de los empleados (tenía errores ortográficos: mala señal para una academia que enseña a leer y comprender). Lo bueno es que nos repitió que no seríamos vendedores, seríamos representantes.
Al día siguiente noté que la gordita se expresaba muy mal. Decía: "hubieron personas" y "habían casos". Nos habló de las bondades del sistema de estudio, pero no quiso demostrar que leía tan rápido como afirmaba hacerlo. Claro, eso me tenía sin cuidado. Yo iba a ser representante. Ningún error gramatical iba a detenerme.
Al cuarto día me enteré de que no iba a ser representante. Iba a ser vendedor. La gordita nos empezó a enseñar técnicas de venta para sus cursos de léctura rápida. Algunos compañeros desistieron de seguir asistiendo a la capacitación. Mi pareja de entonces me dijo que hiciera lo mismo. Estaba perdiendo el tiempo con esos
mentirosos. Ella tenía razón. Me habían engañado. Habían engañado a quince o veinte desempleados como yo, entre ellos a algunos padres de familia. Si eso hacen con sus futuros empleados, ¿qué cosas no harán con sus clientes? Por lo pronto, me informé de algo: los reportajes que frecuentemente hacen a la academia por televisión son pagados, son publirreportajes. Por lo menos así lo dijo la gordita que hablaba mal.
Recuerdo también que hace unos años un reportero de César Hildebrandt se hizo pasar por un cliente que deseaba inscribirse en el curso. El encargado de matricularlo le dijo que César Hildebrandt había estudiado con ellos y que estaba encantado con sus métodos de aprendizaje. Hildebrandt desmintió esa misma noche aquella patraña en su programa de televisión.
¿Se podría hacer algo con estas personas? Yo me olvidé de hacerlo, porque encontré trabajo al poquísimo tiempo. Ni siquiera pude ir a buscar al gordito o a la gordita. Les tenía preparado un bonito insulto.